Inicio Eventos Marino Santa María, el artista que cambió Barracas

Marino Santa María, el artista que cambió Barracas

Compartir

De a poco, Marino Santa María fue cambiando la fisonomía de Barracas, uno de los más antiguos barrios porteños, pegadito al Riachuelo, caracterizado por fábricas viejas hoy desocupadas y construcciones de adineradas familias como Cambaceres, Brown, Álzaga, Llavallol, Díaz Vélez, Montes de Oca, Guerrero, Ramos Mejía, entre otras, que en la epidemia de fiebre amarilla de 1871 migraron al norte y la zona pasó a ser residencia de inmigrantes. Hoy aquellas casonas se están transformando en complejos de departamentos con spa, pileta de natación y artilugios de la posmodernidad.

Especializado en muralismo e intervenciones urbanas este artista visitará el Instituto Universitario Patagónico de las Artes (IUPA) para dar un Seminario de Mosaico y Mural.

El Pasaje Lanín, declarado Sitio de Interés Cultural y Patrimonio del barrio por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en noviembre de 2014, es una curva de tres cuadras, entre Suárez y Brandsen, cuyo silencio sólo es interrumpido por el paso del tren sobre el terraplén. Santa María usó allí mosaico veneciano y la técnica de trencadís –azulejos partidos unidos con mezcla– típica de la arquitectura modernista catalana. Ya está cubierta más de la mitad de las treinta y ocho fachadas del pasaje, en un proyecto que fue auspiciado por la Secretaria de Cultura de la Nación, tiene el apoyo de la Corporación BA Sur, de empresas privadas, y donaciones de los vecinos que aportaron azulejos y vidrios de color. “Río Negro” entrevistó allí a Marino, a pocos metros de la antigua casa paterna, hoy convertida en taller.

“En realidad, el espacio motiva la solución, primera definición del artista plástico, teniendo en cuenta al espectador. ¿Qué quiero decirle, qué deseo producir? Y cómo además esto, me lleva a desarrollar, creativamente libre, lo que necesito manifestar… Mirando detrás tuyo (“Río Negro” y el entrevistado comparten un escritorio lleno de bocetos, compu, celular, junto a la puerta de entrada de una habitación con ventanales sin rejas a la calle), esas esculturas son de mi padre que fue pintor y ceramista”, explicó el artista.

Primogénito de Marino Pérsico y de Zoraida Santa María, oriunda de Paraná, Marino hijo nació en Buenos Aires, el 26 de septiembre de 1949. Acaba de cumplir vitales 67. Tres años mayor que su hermano Alejandro, la infancia transcurrió en esta casa de Barracas. Su papá tenía atelier en el salón delantero. Allí también vivían sus tíos. En el patio, Marino criaba conejos y Alejandro cuidaba una enorme pecera.

“Mi abuelo era pintor de paredes… O sea que yo llego a un punto intermedio, a empezar con la pintura de caballete y tener hoy más de treinta intervenciones urbanas en pintura y mosaico en todo el país. Creo que son un poco más… Acá, yo veía a mi padre trabajar todo el día, pero cuando comuniqué que iba a estudiar, me dijo: ¡Ojo que después vas a pasar hambre! Hice el comercial en Barracas y luego la Escuela de Bellas Artes; las primeras idas tuvieron el apoyo de mi madre que me daba, medio a escondidas, la plata para que fuera”, recordó. Tiempos de inestabilidad política y militares sediciosos. Los vecinos aún recuerdan los desplazamientos de tropas, muchas veces por el alto terraplén del Roca, lindero a la casa de los Pérsico, que para entonces habían armado un refugio en el sótano.

– ¿Cómo llegaste a realizar el trabajo del Pasaje Lanín?

– Después de desarrollarme como cualquier artista egresado, en determinado momento, un poco me agotó el trabajo solitario y tras haber sido rector en la Pueyrredón, haber laburado en equipo y participado en la creación de lo que hoy es la UNA, en ese entonces IUNA, me quedó una satisfacción por la dirección, sobre todo. Y sucedieron dos cosas, fui a ver el (Museo) Guggenheim en Bilbao y en Mar del Plata pude presenciar una proyección de imágenes en muros que me despertaron, por un lado, una forma de comunicación distinta cuando vi los proyectores, la masividad, el tamaño, la luz, una cantidad de elementos que me gustaron para decir, bueno, el caballete está bien pero no es todo. Y el Guggenheim destapó esta calle Lanín porque lo que más me atrajo fue que es lo contrario a lo que se supone Bilbao, como edificio.

Me planteé hacer acá una obra contraria a lo que supone presume es Barracas. Todo el mundo cree que es tango, obrero, barcos, arrabal, que están los guapos. Yo nací en esta casa y nunca vi eso… Guapos sí, sobran (ríe Marino). Ya en los años cincuenta, la fábrica (de zapatillas Champions) que está en la esquina, cerró porque el dueño se murió y los hijos no la continuaron, después cerró la de El (chocolate) Águila, (hoy, un híper) que nutrían de trabajadores al barrio. Después vino la autopista (9 de Julio Sur) con los problemas que generó… En esa época de formación primaria y secundaria yo viví otra historia, nada que ver con esos mitos, ya estaban Los Beatles, no el tango. Yo hacía folclore… Me propuse crear algo que en nada se relacione con lo heredado y desarrollé esta obra abstracta que además, de mi óptica, tampoco tiene que ver con la supuesta herencia muralística latinoamericana. Buenos Aires sigue muy ligada a los mexicanos (David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco). Como verás no vivo de ningún legado.

– ¿Cómo hiciste esa transformación?

– En aquel momento mi obra era abstracta, y junto con veinte ayudantes, la pasé a estos muros con la particularidad de respetar las molduras, el estilo arquitectónico, pintar solo sobre las partes lisas, no incluir el negro por su carga de muerte. Y sucedió lo inesperado, lo acompañaron prácticamente todos los especialistas en arte y llegamos a estar cumpliendo ya quince años. Pasó de ser pintura a mosaico que brinda brillo, textura, mayor durabilidad, según cómo se lo trate.

Calle Lanín

El proyecto Calle Lanín, inaugurado en 2001 y pasado a mosaico en el 2005, tiene un aspecto permanente, la transformación plástica de los frentes, y otro temporario con instalaciones que Santa María concreta en el paredón de ladrillos del ferrocarril que linda con Brandsen, a modo de galería a cielo abierto. Allí se vieron “Huellas del aire” (2001) y “Museo” (2008).

– ¿Cómo es pasar de la pintura al mosaico?

– Mi papá pintaba en este lugar y yo dormía bajo la ventana, teníamos dos piezas porque también estaban mis tíos. Mi viejo, heredero de toda la cultura italiana laburante, desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, no paraba. Pintaba, hacía cerámica, albañilería, cocinaba. En eso, tremendo… Yo sé que duermo pocas horas también, comer, como, pero no cocino. Uso el tiempo de otra manera pero tampoco paro. Poco a poco el mosaico me fue atrapando, aunque las ganas de pintar siempre pelean con él. La gran obra mural de más de quinientos metros cuadrados que hice en la estación Las Heras del subte H, nació de un cuadro de uno por uno veinte. Es muy difícil que programe directamente para mosaico. Todos los bocetos fueron siempre en dibujo o pintura. Después decido si lo voy a hacer pixelado o voy a cortar el azulejo… En general prefiero el pixelado para que no sea copia de la pintura, y porque en determinado tamaño se transforma en abstracto total, de cerca es una vibración de colores. Eso es lo que me gusta del mosaico veneciano.

– Una técnica que requiere paciencia.

– Sí. En realidad yo trabajo bastante con ayudantes porque si te digo que la pintura me sigue entusiasmando, no soporto mucho la paciencia que el mosaico exige. Lo programo, le estoy encima al que va a pegar uno por uno los pedacitos, pero siento que uno a uno se me va la vida (Marino ríe), que tengo diez cosas más para hacer mientras pego… Cuando decido tomar la calle como tela es porque quiero cambiar la forma de la comunicación. La obra se completa con la gente adentro y tampoco es una pieza de museo, aunque espero que con el tiempo, aunque sea un pedazo entre en los museos, como pasó con los egipcios…

– ¿Ahora vas a hacer docencia?

– Quiero retomar mi parte de docencia, que voy a hacer en el IUPA, en Roca, pero con grupos acotados. No institucional porque ya no puedo cumplir un horario durante un año… Aunque es imposible, la libertad a todo nivel es lo que más me convence. Por lo menos tengo la fantasía de disponer de mi tiempo. Permanentemente colaboro con dos escuelas para discapacitados, AEDIN (Asociación en Defensa del Infante Neurológico, Teodoro García al 2900) y Nuevo Día en Ramos Mejía (para niños con disminución en funciones básicas del aprendizaje y con deficiencia mental leve), y he trabajado en villas toda mi vida. Mi espíritu se define en todo eso, en esos lugares estoy cómodo y recibo un enorme afecto.

– La mirada del otro completa el círculo…

– Lo que hacemos, sí. Obras como Pasaje Lanín, provocan un cambio de paisaje. Haberla hecho, más el paredón del (Hospital) Británico a lo largo de cien metros en avenida Caseros, la calle de los Gardel, son las cosas que más me interesan. O lo que hice en Crespo, Entre Ríos, que es más o menos como el Obelisco allá, un mural de veinticinco metros encargado por una cooperativa (La Agrícola Regional, inaugurado en 2010), iluminado y con marco. Mi Santa María es de Paraná, por mi madre que también era Hereñú, caudillo (José Eusebio) de esa provincia. Mi viejo italiano y medio del sur, ¿sabés qué mezcla? Además tengo tres matrimonios, cuatro hijos, una de 42, otra de 38, uno de 21 que trabaja en el Centro Cultural Recoleta, y la última de 15, con ella estoy manteniéndome joven…

“Cuando decido tomar la calle como tela es porque quiero cambiar la forma de la comunicación. La obra se completa con la gente adentro y tampoco es una pieza de museo”,explica Santa María.

Marino Santa María
Egresó de las escuelas nacionales de Bellas Artes Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón, de la que fue Rector del 92 al 98. Entre sus muchas obras de Arte Público-Intervenciones Urbanas se destacan los murales Hospital Italiano (BA, 2009), Cúpulas de Buenos Aires en la sede de Utghra (BA, 2008), Uno, Once y Nosotros, Pasaje Discépolo (barrio de Balvanera); Memorias del Sur, Fundación Madres de Plaza de Mayo (Barracas, 2007); Huella, Homenaje a Miguel Dávila, Museo Octavio de la Colina (La Rioja 2006); Memorias del Viento, planta de reciclado de residuos (Los Toldos, 2005); Los sueños de Galileo, intervención en la Escuela Galileo Galilei (Río Cuarto, 2004); Tango-Abasto (Abasto, 2002); Calle Lanín, trabajos en color y mosaico veneciano e instalación Huellas del Aire (Barracas, 1999).
Entre sus muestras individuales: Urbano Reversible, Centro Cultural Recoleta (2009); Centro Cultural Villa Victoria Ocampo (Mar del Plata, 2007); Estandartes de Artistas (Alemania y Luxemburgo, 2006); Calle Lanín, fotografías, Escuela de Arquitectura (Bordeaux, Francia, 2003); Huellas Mínimas en el Centro Cultural Borges, Immanence en Stanley Picker Gallery for the Arts (Londres 1997), primer artista internacional con residencia invitado por la Universidad de Kingston; Inmanencias en Salas Nacionales, Palais de Glace (1996); Colegio Mayor Argentino (Madrid, 1991). Además de numerosas colectivas en BA, Seúl, capital de Corea del Sur, el Museo Nacional de Bellas Artes, México DF y Sevilla.
Recibió premios y distinciones de las fundaciones del Museo Mano Blanca y El Libro, Casa FOA, Asociación Argentina de Críticos de Arte, Sociedad Argentina de Artistas Plásticos. Secretaría de Cultura de la Nación por el Mural de la Estación Bolívar de Subte, LXVII Salón Nacional de Bellas Artes.
Marino Santa María dictará un seminario de mosaico y mural del miércoles 26 al viernes 28 de octubre en el IUPA, donde también intervendrá un muro.